Este mes movilizó por novena vez el movimiento que te erizó la piel cuando salió a exigir con impotencia y dolor que paren de matarnos. El fenómeno que te hizo discutir en la mesa por qué no queres compartir nunca más una navidad con ese familiar que te abusó, la moda que te hizo ruido cuando terminabas de cambiar a tu hijo sin que nadie te pregunte dónde está el padre, la novedad que un día te cebó unos mates y te salvó la vida.
La irrupción del feminismo fue un proceso que cambió la sensibilidad de nuestro pueblo, la tolerancia frente a determinadas violencias. Aun si hoy estamos siendo atacadas, no somos las mismas que hace 10 años, para bien o para mal, tenemos más herramientas, menos paciencia y las mismas convicciones.
Transitamos el año 2024 y las charlas, preguntas y diagnósticos siguen dándose en las mesas equivocadas. ¿Por qué? Porque los hombres no pierden guita.
Los tipos de violencia son muchos y los ámbitos en que se ejercen son más aún, pero la principal violencia es la económica. Estructural, histórica, madre fundadora y base de cualquier situación que la busque proceder, sin guita no hay decisión, al menos no de las que hacen la diferencia entre estar viva o muerta.
En nuestro país se está llevando adelante un plan sistemático de desmantelamiento del Estado, destrucción de puestos de trabajo estatales y privados, de cualquier índole y jerarquía. Venta de nuestra soberanía, licuación de salarios y desorganización de las redes que contienen a quienes ya no tienen nada que perder.
Aun en cualquier contexto favorable para la hegemonía política, las mujeres ganamos en promedio un 25% menos que los varones por la misma tarea, esto quiere decir que quienes contamos con un trabajo “formal”, tenemos que trabajar 8 días y 10 horas más que los tipos para ganar lo mismo que ellos en un mes.
Pero en este contexto puntual, con una persecución y eliminación de las políticas que previenen y abordan las violencias de género, estamos en mucha mayor desventaja.
Atacar al feminismo no es solo poner a mujeres y diversidades en la mira, es afectar a la mayor parte de la población. Es inclinar la balanza hacia un costado minoritario en el que ni siquiera se contiene al total del género masculino, solo al mínimo porcentaje que no necesita de nadie ni nada más que él mismo.
Según el último censo que se realizó en nuestro país, de los más de 46 millones de argentinos, 23.705.494 somos mujeres y 22.186.791 son varones. Que las mujeres ganemos más no solo busca una reparación histórica, sino una distribución equitativa.
Atacar al feminismo es reivindicar que los abusos sexuales, y mayormente intrafamiliares, vuelvan a ser una vergüenza para quien fue abusado. Es que las etapas de crecimiento y desarrollo de cualquier niñe se vean amenazadas por prejuicios y machismos. Eso es quitar la ESI.
Atacar al feminismo es dejar que una mujer golpeada tenga que compartir la misma cama esa noche con quien la quiso matar. Eso es quitar el programa Acompañar.
Es volver a la maternidad como una obligación y a las mujeres como incubadoras. Es desfinanciar un plan que reducía un 50% el embarazo no deseado en adolescentes mientras no garantizan ni un presente ni un futuro digno para quienes sí quieren criar. Eso es eliminar el Plan ENIA.
No queremos más, queremos lo mismo. Forjar un movimiento que nos preserve (o intente) vivas, es una clara desventaja en el punto de partida, pero es el motor con el que caminamos hoy.
Trabajamos más y ganamos menos como changüi de una vida en la que si no nos violan, nos matan. No hay una sola respuesta ni solución al machismo ni a la misoginia estructural, y si la hubiera, probablemente no la encontremos compartiendo un mate entre quienes sufrimos las consecuencias directas del mismo. Pero hay diagnósticos y posteriores reclamos que se tienen que escuchar.
La organización feminista, el feminismo popular, teje redes que, lejos de ser solo contención, son la doctrina con que vivimos. Pero no alcanza, hay que hablar de guita. La autonomía económica previene y salva, hay que reconocerla y hay que exigirla.
Si las promotoras de género y diversidades que acompañan situaciones de violencia en los barrios no pueden vivir de eso, o subsistir siquiera, la violencia no se va a erradicar. Si no ganamos lo mismo, si no podemos trabajar con la misma carga horaria, si no podemos exigir que los tipos paternen como corresponde dentro y fuera del ámbito personal, no podemos discutir sobre plata.
Para que las mujeres ganemos más, hay que hablar de deuda externa, de moratoria, de auditorías y, sobre todo, vamos a tener que repartir mejor la guita, o los tipos van a tener que ganar menos.
Y acá habrá que definir si en la Argentina no hay plata o no hay desigualdad, porque las dos cosas no pueden convivir como ausencias.
Somos la mayoría de la población en nuestro país, que las mujeres tengamos guita implica que la mayor parte de nuestro país tenga guita. Y que eso no suceda es una decisión política e histórica atravesada por una cultura misógina y patriarcal.
La discusión no puede basarse en que no hay plata mientras las mujeres le ahorramos millones al Estado con tareas que fuera de cualquier hogar se cobrarían. No puede decirse que no hay plata mientras existen cocineras que tienen el sueldo congelado y empresas con exenciones impositivas multimillonarias. No existe que no haya plata mientras las jubilaciones de privilegio se cobren de manera paralela al tratamiento de una ley que busca eliminar la moratoria provisional.
Hay violencia y hay plata. Puede que la búsqueda y exigencia del equilibrio entre quienes ostentan una y quienes sufren otra sea la solución.